domingo, 23 de septiembre de 2012

Carrillo visto por Carrillo (I)

 
Tras el fallecimiento de Santiago Carrillo, muchas han sido las alabanzas –no sólo desde la izquierda; también se han unido al coro de aduladores numerosos cretinos de los que tanto abundan en la derecha– hacia la figura del ex dirigente comunista: amante de las libertades, reconocido luchador por la causa de la democracia, figura clave en el carácter pacífico de la Transición, etc. 

Vivimos en un país en el que, afortunadamente, se puede defender públicamente la siniestra figura del difunto Carrillo. Ahora bien, a lo que nadie tiene derecho es a falsificar la historia con el propósito de reivindicar a un personaje desde unas posiciones diametralmente opuestas a las sostenidas por dicho personaje durante toda su  trayectoria vital. Y, por encima de propagandas y desinformaciones, es el propio Carrillo a través de sus palabras y escritos quien se encarga de desmentir a su legión de hagiógrafos.

Sin retrotraernos a luctuosos sucesos por todos conocidos en los que la implicación de Carrillo está sobradamente documentada, veamos, con el propósito de hacer una mejor composición de lugar, los planteamientos políticos de Carrillo en los años anteriores y posteriores a la Transición explicados por él mismo. Así, en el VIII Congreso del PCE celebrado en 1972, dejaba claro el liberal  y demócrata de toda la vida Santiago Carrillo hacia dónde se decantaban sus simpatías políticas: “El PCE se siente profundamente solidario con los catorce países que viven ya en régimen socialista”. En una lapidaria frase contradice Carrillo a sus tenaces defensores: no sólo estaba en contra de la libertad y la democracia sino que se solidarizaba con las feroces dictaduras comunistas. Ya lo había hecho un año antes en el panfleto “Libertad y socialismo”: “Nos consideramos parte inseparable del movimiento comunista […] que en el mundo lucha por la paz, la liberación y el socialismo”. 

En 1974, contaba Carrillo en “Mañana España” sobre uno de sus referentes políticos –al igual que para buena parte de la progresía española–, el insigne defensor de las libertades individuales Fidel Castro: “Mi simpatía por él viene sobre todo del hecho de que tiene la dimensión de un gran jefe revolucionario”. Tampoco se privaba de exponer qué opinión le merecía Soljenitsin, incansable enemigo de la dictadura comunista: “Sus posiciones parecen hoy retrógradas incluso para la Rusia de Pedro I”. Recuerden, año 1974. Carrillo reserva su “simpatía” para el tirano asesino Castro mientras que el compromiso de Soljenitsin –ampliamente vilipendiado por gran parte de la izquierda española– con la democracia le parece “retrógrada”. Recuerden también que quien esto afirma no es ningún enemigo de Carrillo sino él mismo.

Dos décadas después, los totalitarios enfoques de Carrillo no habían variado sustancialmente. En sus memorias de 1993, además de alabar al rumano Ceaucescu hace lo propio con el norcoreano Kim Il Sung, brutal déspota oriental: “En occidente no se conoce a Kim Il Sung; la versión que se da sobre él, un tirano sangriento, no se corresponde en absoluto a la realidad; no es así como lo ve su pueblo ni como lo he visto yo mismo”. Tan positiva valoración del dictador que sojuzgaba a millones de personas no obedece a que Carrillo fuese ciego o ignorante; obedece a una afinidad ideológica que difícilmente se podría calificar como “democrática”, digan lo que digan Rubalcaba o Saenz de Santamaría en superlativo ejercicio de estupidez. 

En la misma línea de coherencia ideológica –el compromiso con la opresión–de la que hizo gala Carrillo durante décadas, en 1993 la victoria comunista en Vietnam, país que había visitado en 1974, era nostálgicamente recordada por el liberal Santiago como “Uno de los hitos más gloriosos del ascenso del ser humano hacia la libertad”, hito que habría supuesto el triunfo de “El espíritu democrático de libertad e independencia”. No es de extrañar semejante declaración de amor por la esclavitud ajena por parte del  hombre que, ¡en 1993!, recordaba: “La llegada a Moscú fue la entrada en el reino de la libertad”. Recuerden que habla Carrillo de la URSS de Stalin –del que fue sumiso siervo–, de la URSS del gulag, de la URSS del tiro en la nuca, de la URSS genocida, de la URSS, en fin, a la que podría calificarse de casi cualquier cosa excepto de “reino de la libertad”. Éste y no otro es el demócrata Carrillo al que ahora, según quieren hacernos creer, tanto debemos los españoles.

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