martes, 14 de agosto de 2012

El lingüista Jesús Royo Arpón, brillante columnista

Tengo el gusto de presentarles hoy, en la sección de 'Textos para enmarcar', a Jesús Royo Arpón, uno de esos intelectuales valientes y perspicaces, militante en su momento del socialismo catalán (como fue mi propio caso hace años respecto a UGT, además de haber sido invitado a incorporarme al PSC), cuyos escritos resultan altamente reveladores de las componendas del nacionalismo. El lingüista Royo, a lo largo de sus numerosos artículos (de algunos de los cuales espero hacerme eco en este blog) argumenta como nadie y entrelaza, para su denuncia, toda una batería de hechos esperpénticos de la casta política nacionalista (la que en Cataluña llaman de partido único o PUC como consecuencia de lograr siempre un 90% de diputados autonómicos) que harían enrojecer a cualquier demócrata. He aquí un breve apunte biográfico del brillante columnista al que seguirá uno de sus artículos:

Jesús Royo Arpón es profesor de Instituto de Secundaria y ex militante del Partido Socialista de Cataluña. La mayor parte de su vida docente ha sido catedrático de Lengua Catalana. De familia castellanohablante, entendía que el acceso de los trabajadores 'charnegos' al catalán era la condición de su acceso al poder (tesis de “Una llengua és un mercat, 1990). Posteriormente, quizá demasiado tarde, comprendió que, al contrario, el énfasis sobre la lengua en Cataluña corresponde a una estrategia de exclusión social: el catalán es, al cabo, una marca territorial, como los puntos de orina de los lobos, que delimitan la legitimidad, y equivalen a cualquier otra marca como la raza, la religión o la pureza de sangre: 'Si no hablas catalán no eres nadie, cállate (tesis de “Arguments per al bilingüisme, 2000)'. Él considera que "hoy en Cataluña opinar así equivale al ostrascismo, a la muerte cívica". Por eso no es extraño que fuera expedientado y expulsado del PSC, su ex partido.

La inmersión está caducada, artículo insertado en 'La Voz Libre'
La inmersión lingüística obligatoria que se practica en Cataluña es pura bazofia intelectual, pedagógica, social y política. Y también lingüística, si me apuran. Nunca ha habido estudios teóricos solventes que la avalaran. La pedagogía catalana más fiable en los años setenta y ochenta, o sea Marta Mata y la Escola Activa, nunca propuso la inmersión, sino educación en lengua materna hasta la segunda etapa de primaria. Hubo un secuestro de la teoría pedagógica planificado por parte de Joaquim Arenas, un personaje siniestro donde los haya, a quien Pujol confió plenos poderes para implantar lo que hiciera falta en la escuela, con todos los medios que hicieran falta, y con la necesaria sordina mediática para que “se consiga el efecto sin que se advierta el cuidado”. Este es el señor Arenas, al que Tarradellas calificó de peligroso porque podía provocar una cesura social, y cuya talla académica Marta Mata solía definir refiriéndose a su logro más sublime: un libro sobre la catalanidad de Colón. En otra de sus sesudas obras (más bien opúsculos, a veces simples folletos, en consonancia con su calado intelectual), el camarada Arenas define la “lengua materna” como la “lengua de la tierra”, de la “madre tierra”: algo así como Pachamama. Con lo cual queda claro que la lengua de todos los niños catalanes es el catalán, hablen lo que hablen en casa. Y punto.
Lo maravilloso es cómo un producto de tan poca calidad ha podido imponerse en todas las instancias de Cataluña -todas las que cuentan, claro- con absoluta impunidad, sin el más mínimo debate. Ahí han tragado todos los partidos políticos -todos los que cuentan, claro-, de derechas y de izquierdas, y todos los medios, todos los opinadores, todos los profesores universitarios, toda la intelectualidad. Con honrosas y a veces dramáticas excepciones. Honrosas por dramáticas. Algún día sabremos cómo fueron aquellos años de plomo, cómo los comandos normalizadores de Arenas aterrizaban en las escuelas con la inmersión como evangelio nuevo y liberador, con una tómbola de premios (el aula de informática era el que levantaba más adhesiones) para el claustro que se sumara y el castigo del oprobio para los remisos. Y no solo oprobio, sino la cruda expulsión bajo la forma de “concurso obligatorio de traslados al territorio MEC”.
Lo maravilloso es cómo no supimos ver lo miserable de la propuesta de la inmersión obligatoria. Cómo nos tragamos que era el método más exitoso de aprendizaje de lenguas, lo último llegado de Quebec. Luego supimos que en el Quebec la inmersión no era obligatoria, que los angloparlantes allá son una minoría (un 20 por ciento) y socialmente de clase alta. Nada que ver con lo que se propuso aquí, pero ya estaba hecho, santa Rita Rita lo que se da no se quita. Cómo nos tragamos que la lengua materna no es importante: sobre todo si es la de los otros (els altres catalans). ¡Tanto como argumentamos cuando el franquismo sobre la conveniencia de introducir la lengua materna en la escuela! ¡Y la de traumas que habían sufrido los niños catalanohablantes por esa razón! Ahora de repente no había trauma ninguno: ¡que los niños son esponjas, hombre! Y para rematar, cómo tragamos con lo de la cohesión social, con que el catalán garantizaba una sociedad más solidaria, más unida y más igualitaria. ¡Naranjas!: el catalán supuso en aquellos años la hegemonía de la mesocracia catalanófona, que así pudo ocupar todos los puestos de trabajo de la nueva Administración. El paro catalán siempre ha sido castellanohablante. Algunos aún creyeron -y creen- que la inmersión era lo mejor para Cataluña, o para el catalán. ¿De verdad no escolarizar en su lengua a la mayor parte de catalanes es lo mejor para Cataluña? ¿Para defender a Cataluña hay que ofender a la mayor parte de catalanes? ¿De verdad el futuro del catalán pasa por la pérdida de derechos de los catalanes? Y si hubiera que elegir, ¿qué es lo primero?
Toda ese sucio argumentario lo desmonta Mercè Vilarrubias en su libro “Sumar y no restar”, que va a ser la revelación de este año. Y lo hace de la manera más eficaz: sin alharacas ni aspavientos, acudiendo a la realidad con la lupa -¡cruel lupa!- de la ciencia. Conclusión: el programa de inmersión obligatoria no merece el título de programa pedagógico, ni social: solo político. Y como programa político resulta altamente sospechoso. Y peligroso. Es explosivo, y está caducado. Pues hagamos con él lo que se hace con los explosivos caducados: abandonarlos. Es un milagro que aún no haya explotado. Desactivémoslo, ya.
Jesús Royo Arpón, 23 de mayo de 2012

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