sábado, 28 de julio de 2012

Sobre etnias y actitudes (15-07-2004)


Hay asuntos que a la hora de hablar de ellos nos repelen a muchos, como puedan ser las enfermedades o las desgracias ocasionadas por fenómenos meteorológicos adversos. Pero aunque evitemos tratarlos, como si no existiesen, es evidente que no suelen ser menos reales o periódicos sus efectos. Uno de esos asuntos, además con bastante mala prensa, podría ser el que se relaciona con las etnias o razas. Citar a una determinada etnia, por ejemplo la hispana, a veces es como nombrar la soga en casa del ahorcado. Lagarto, lagarto, “vamos a ver de qué nos habla el tipo este”, es lo primero que uno piensa cuando comienza a leer sobre semejante tema.
Antes me he referido a la mala prensa de la cuestión étnica, algo perfectamente sabido por la mayoría, puesto que el ser humano ha cometido toda clase de atropellos y genocidios en aras de la supremacía de ciertas razas. Algunos de los episodios más lamentables de la historia del hombre han tenido como fundamento determinadas actitudes raciales, no hay duda alguna, pero también se ha sufrido mucho y se ha exterminado abundante población como consecuencia de diferencias religiosas, políticas, ideológicas, territoriales o... paradójicamente, deportivas, tal es el caso de uno de los conflictos más absurdos de todos los tiempos: La guerra del fútbol entre El Salvador y Honduras. Así pues, aunque a veces no resulte muy ameno ni apetecible, no por ello debemos dejar de hablar de religión, de política o, si se quiere, del pedrisco que produce una tormenta que arrasa las vides.
A mi modo de ver, hay tres formas principales de abordar el tema de la cuestión racial o de sus peculiaridades. Tales formas vendrían definidas por las posturas del nacionalista, del individualista y del universalista. A su vez, cada una de esas actitudes podría matizarse según que la persona en cuestión tenga más o menos tendencias xenófobas, sea más o menos amante de la historia o le respalde un carácter con tendencia al patriotismo. Intentaré aclararlo a mi manera, pero antes debo decir que las preferencias de las personas no sólo son infinitas sino que son mudables, por lo que no resulta fácil hablar de un conjunto de ideas tan heterogéneas. Veamos:

--La postura de los nacionalistas se apoya casi siempre en una etnia maltratada que debe ser redimida mediante el reconocimiento por parte de los demás de unas reivindicaciones que consideran justas y necesarias. El nacionalista, con frecuencia, posee tendencias xenófobas y suele considerar extranjero o impuro a quien no piensa como él, y al que normalmente odia y le llama intransigente. Es el caso típico del nazismo, pero también de la ideología sabiniana y otras corrientes totalitarias de nuestros días. Desde la vertiente del nacionalista está más que claro que se hace un uso legítimo de la etnia, a la que suele convertir en una casta mítica que lo representa casi todo. También suele aducir el peligro de extinción de su idioma, por muy extendido que esté, puesto que desea imponerlo en todos los ámbitos y así eliminar cualquier otro lenguaje que considere rival y “no propio”. Vista desde fuera del nacionalismo, se trata de una posición despreciable que hay que combatir desmitificando sus falsedades, por lo que no queda otro remedio que aludir a las cuestiones étnicas: Raciales, lingüísticas, culturales, etc.
--La postura individualista respecto a las etnias, como en casi todo lo que no le afecte directamente, suele ser nihilista y disfrazada de liberalidad respecto a la existencia del Estado o de la patria. Su posición a menudo es muy crítica con cualquier actitud comunitaria y adopta criterios regalados y cómodos: El individualista, a menudo, pide que no le molesten con tonterías en las que deba alinearse con algún tipo de solución colectiva. También suele abstenerse en las votaciones porque considera que todos los políticos son iguales y casi nunca acude a ningún acto representativo, aunque sea una simple junta de su comunidad de vecinos. Si puede, vive en una casa aislada. Para el individualista, y hay muchos más de los que parece, los principios religiosos, políticos y sociales, que son los que han movido a la especia humana desde que el mundo es mundo, no son más que sentimientos poco menos que trasnochados de los que hay que mantenerse al margen. El individualista desea que todo el mundo haga lo mismo que él y espera que así se apacigüen los conflictos. El individualista, en conclusión, se encuentra en las antípodas ideológicas del nacionalismo y tiende a relacionarse poco con otras personas, máxime si las considera ideológicamente activas, a las que ocasionalmente trata de zaherir porque siente despecho.
--Finalmente tenemos la postura universalista. La persona que practica el universalismo posee un régimen omnívoro en cuanto a sus apetitos culturales. Le gusta saber de todo, siente inquietud ante todo y nada le es ajeno. Lo mismo es capaz de admirar la Sagrada Familia de Barcelona, pongamos por caso, que la catedral de Santiago de Compostela; igual se siente a gusto contemplando las arcadas de la Mezquita de Córdoba, en cuyo exterior no ve el deterioro sino la grandeza de una obra de hace siglos, que uno de esos maravillosos paisajes pirenaicos que te elevan el espíritu a lo más alto.
El universalista suele entusiasmarse fácilmente con lo grandioso, al margen de donde se halle, pero también con lo cercano y admirable, siempre que la obra sea digna de la mano de Dios o del hombre, siempre que se mantenga ajena a espíritus disgregadores. El universalista ama igualmente la cultura egipcia que la del Imperio gupta; valora lo mucho y bueno que hay en los libros sagrados de las grandes religiones, por las que se interesa, pero no deja de señalar cuanto fanatismo encierran. El universalista es admirador de Grecia y de Roma y a la par de los araucanos y de los quimbayas precolombinos. El universalista detesta las ideologías que tienden a subyugar la mente del hombre, sean éstas políticas, religiosas o sociales. El universalista es, ante todo, un ser liberal que no carece de sentimientos solidarios y patrióticos, primero de la especie humana, luego de la nación que le ha dado sus señas de identidad y finalmente del pequeño pueblo o la gran ciudad donde habita. Sin aborrecimientos, sin rivalidades, sin despreciar al vecino que no habla como él ni tiene sus costumbres.
Decía Paulo Orosio, antiguo historiador y clérigo hispano: “Creo ser sólo un hombre entre los hombres. Me protege la idea de igualdad en las leyes, en las creencias y en el nacimiento. Y en todas partes encuentro una patria”. Ley, patria, creencia... suelen ser palabras definidoras del universalismo, podemos encontrar tales conceptos en cualquier parte del mundo donde se practique la democracia y el ser humano no se halle mediatizado por el nacionalismo o el individualismo.

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